
DATOS BIOGRÁFICOS DEL OBISPO

MonS. Ciro QuiSpe López ObiSpo Prelado de Juli
Monseñor Ciro Quispe López nació el 20 de octubre de 1973 en Cusco. Estudió en el colegio salesiano del Cusco. Después de terminar el trienio filosófico en el Seminario San Antonio Abad, en Cuzco, fue enviado a Roma, donde estudió en el Ateneo Regina Apostolorum y en el Angelicum (1994-1997).
Completó sus estudios teológicos en el Seminario de Cuzco (1997-2001). Fue ordenado sacerdote el 30 de noviembre de 2001, incardinándose en la Arquidiócesis del Cusco.
Ha ocupado los siguientes cargos:
- Vicario Parroquial de “San Jerónimo y San Antonio Abad” en Cusco (2001-2003);
- Estudios para la licenciatura en Teologı́a Bı́blica y luego para el Doctorado en Ciencias Bı́blicas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, residiendo en la Parroquia “San Pı́o V”, en Roma (2004-2011)
- Profesor de Ciencias Bı́blicas en la Facultad Pontificia y Civil de Teologı́a de Lima y vicario parroquial de “Santa Beatriz” también en Lima (2012-2016). En estos añ os, también fue profesor extraordinario en varias Universidades Católicas, Facultades de Teologı́a y Seminarios Mayores de Perú .
Desde 2016 es Director de Estudios del Seminario Mayor San Antonio Abad en la Arquidiócesis de Cusco.
El 15 de noviembre de 2018, el Padre Ciro Quispe López es nombrado por el Papa Francisco como Obispo Prelado de la Prelatura de Juli (Puno).
El nombramiento se oficializó a través del Boletı́n de Prensa de la Santa Sede. Al mismo tiempo, el Santo Padre aceptó la renuncia de Monseñor José Marı́a Ortega Trinidad al gobierno pastoral de dicha prelatura. Un mes después, el 15 de diciembre, el Padre Quispe toma posesión de dicho cargo que mantiene al dı́a de hoy.
MISIÓN
La misión del Obispo es transmitir no sólo la imagen, sino también el poder de Cristo en grado sumo, que él mismo entregó a su Iglesia para que no sólo viviera, sino que también creciera, se ampliara y se formara “en orden a la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de cristo”, como ardientemente dice san Pablo (Ef 4,12). Se trata de un misterio, por así decir, del árbol siempre floreciente de Cristo. De aquella vid verdadera han brotado nuevos sarmientos, prontos a producir nuevas frondas y preparar nuevos frutos de esa mística vid.
Se trata del misterio que nos proporciona la vida sobrenatural: ésta procede de Dios Padre, permanece en Cristo, “en el que habitó toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), y de Cristo va a los apóstoles, que eligió, dotó de poder e instruyó para disponerles a perpetuar su misión salvı́fica en toda la tierra, por todos los siglos. Queda esclarecido aquí el misterio de la nota de la apostolicidad manifestando el arcano designio o economía de nuestra salvación, que Dios concibió en la eternidad y que puso en práctica a lo largo del tiempo por medio del concurso de los hombres. También atañe a la vitalidad y perpetua continuación de la Iglesia, a sus progresos, con frecuencia lentos y laboriosos, pero que en el presente se manifiestan fecundos y abundantes ante nuestros ojos, que no pueden menos de quedar maravillados de gozo.



Se suman ahora nuevos anillos a la cadena nunca rota de la legítima sucesión apostólica, y por ella, y a través de ella, aparece maravillosa toda la historia de la Iglesia emergiendo desde los tiempos más remotos como canales de la inefable misericordia de Dios.
¿Qué somos nosotros si hemos sido designados no espectadores, sino actores de tan amplias y beneficiosas determinaciones divinas? ¿Por qué nos atañe a nosotros mismos el influjo celestial que actúa en la vida de los hombres a lo largo de los siglos? Con razón cada uno de nosotros puede exclamar: “Con largueza se me ha manifestado el Señor. Y en caridad perpetua (dice el Señor) te he amado; por eso te atraje hacia mı́, compadecido” (Jr 31,3).
Un doble sentimiento invade nuestro ánimo: de humildad, que nos hace anonadarnos y prosternamos al considerar la inefable acción de Dios y al repetir las palabras que San Pedro dirigió a Cristo: “Aléjate de mı́, porque soy hombre pecador” (Lc 5,8); y de confianza, es decir: un estímulo de fuerza y alegrı́a, con el que repetimos las palabras de la augusta Virgen Marı́a: “Hizo en mı́grandes cosas el Poderoso” (Lc 1,49).»
Escudo Episcopal

Blasón
De azul, a la cruz latina de oro, fundada sobre la montañ a de nieve con tres puntos de plata, y coronada por un vuelo plegado del mismo; a la cabeza, sobre un fondo rojo, el libro abierto de plata. El escudo pende de la cruz astil trifasciata con 5 incrustaciones de piezas de rojo, y sellado por un sombrero prelaticio verde con 6 copos a los lados de la misma.
LEMA: AL SERVICIO DE LA PALABRA (IN SERVITIUM VERBI)
Explicación simbólica – teológica del escudo
A la base del escudo se encuentra el nevado principal de la ciudad de Cusco, que es el Ausangate, donde se cimienta el santuario del Señor de Qoyllor Ritty (El Señ or de las Nieves). La figura de esta montaña con las tres puntas en color plata, enfatiza la blancura del nevado y representa la transfiguración gloriosa de Jesús en la montaña de Tabor (Mc 9,3) y la santidad a la cual camina el pueblo de Dios en los andes (Ex 19,6), apoyando también en su triple sabiduría. Y encima del nevado se asienta la cruz de oro, el metal más precioso de la heráldica (1Pe 1,7), que simboliza la fe que vino a estas tierras y aceptada por el pueblo se constituye como protección y salvación. El azul abraza estos elementos y su color representa la virtud de la justicia que se debe vivir en el reino de Dios.
Y en el campo central, encontramos la figura de un vuelo, dos alas unidad también en color plata, que simbolizan en primer lugar el Espı́ritu Santo, quien permite que se encarne la Palabra de Dios, segú n su libertad, en cada pueblo de la tierra, y además representa al A’ ngel de la Guarda, de quien monseñ or es muy devoto.
En la parte superior, sobre un trasfondo rojo indio, que personifica al pueblo andino, se encuentra la Biblia abierta, porque la palabra es y será siempre lámpara que ilumina el camino del pueblo del Señ or (Sal 119,105). El lema del escudo sintetiza precisamente estos signos y manifiesta además el programa del ministerio episcopal de Monseñ or Ciro QuispeLópez: <<Al servicio de la Palabra>>.